

Sinceridad no es soltar todo lo que se pase por la cabeza sin pensar en las consecuencias y el daño que puedan causar tus palabras en otras personas. Más bien requiere decir siempre la verdad, aunque la mayoría de las veces suponga mucho trabajo, ya sea por el qué dirán o por miedo a que lo que digamos haga sentirse molesto a nuestro interlocutor.
En lugar de eso, optamos por las socorridas “mentiras piadosas” que hacen que la persona con la que estemos hablando se sienta satisfecha con nuestra respuesta, porque le estamos diciendo exactamente lo que quiere oír. Puede que así parezca en un primer momento que esa manera de actuar ha sido la correcta, puesto que no hemos hecho sentir mal a nadie, pero a la larga estas pequeñas mentiras se irán convirtiendo en una más grande hasta que ya no haya vuelta atrás.
Llegado este momento, tendremos muchas más posibilidades de que la verdad salga a la luz, haciendo así más daño a esa persona que si hubiésemos sido sinceros en un primer momento, siempre que lo hayamos hecho con buena intención y palabras amables.
En definitiva, ser sincero requiere tener buena intención y querer beneficiar a los otros con nuestra opinión, la cual no conlleva forzosamente ofender a los demás si somos honestos y prudentes a la hora de hablar, y no diciendo las cosas de cualquier manera y sin pensar.
La clave está en buscar las expresiones adecuadas, siempre con optimismo y respeto hacia el receptor, tal y cómo nos gustaría que nos lo dijesen a nosotros mismos.
Fuente Imagen por Angelo González