

Y es que a veces se comete el error de depender excesivamente del otro, de tal forma que se restringe su autonomía o la tuya propia. Esta es la mejor forma de abandonar el propio yo, desaparecer como individuo, desapareciendo así la verdadera personalidad que enamoró al otro. De esta manera, vemos cómo acercarse demasiado a la pareja, o dejar que ésta se acerque a ti hasta llegar al excesivo control y a la saturación, puede tener consecuencias nefastas, provocando un alejamiento no deseado.
Vivir por y para los demás, ya se trate de la familia, los amigos o la pareja, no supone más que la anulación del propio individuo, además de una falta de respeto hacia nosotros mismos. Tenemos derecho a nuestro espacio íntimo, a nuestros propios pensamientos y decisiones. Un ejemplo puede ser el entorno social; cuando dos personas comparten sus vidas es muy corriente que tengan amigos en común, pero también es recomendable conservar aquellos anteriores a la relación. Cada uno debe contar con una o varias personas con las que poder expresarse sin necesidad de limitar sus palabras o hacerlas sentir en una situación incómoda.
Para poder desarrollar la vida en común, ambos deberán desarrollar su vida por separado; de lo contrario, jamás se sentirán completos. Es importante mantener los propios gustos y aficiones, pues los dos se enamoraron de una determinada personalidad, la cual no debe cambiar radicalmente si se desea que el noviazgo perdure. Además, no conviene pasar las 24 horas juntos, pues así no habrá tiempo para echarse de menos e ilusionarse con el reencuentro.
Para alcanzar este estado es clave mantener una comunicación clara y sincera. Así seréis conscientes de vuestros límites y necesidades, alcanzando acuerdos de convivencia que satisfagan a las dos. Además, esto ayudará a eliminar inseguridades innecesarias, permitiendo así la libertad e independencia del otro sin celos ni miedo a posibles infidelidades.