

En muchas ocasiones tomamos decisiones que resultan erróneas, ya sea por precipitarnos a la hora de hacerlo o por no valorar adecuadamente las posibles consecuencias. Puede que no nos demos cuenta en ese momento que los resultados de esas decisiones afectarán fuertemente a nuestro futuro, y las tomemos más bien pensando en el presente, sin pensar en qué será lo que más nos convenga posteriormente.
En este sentido, cuando nos equivocamos debemos asumir nuestra responsabilidad en los hechos. De nada sirve huir de los errores cometidos, pues esto no servirá más que para volver a caer en ellos. Lo correcto en esta situación es aceptar los resultados de estas malas decisiones y tratar de solucionar estos fallos. En el caso de no poder hacerlo, deberemos aprender de ellos e intentar compensarlos.
Un error muy común es culpar a determinados factores externos de nuestros actos. Terceras personas, la sociedad, el Gobierno, la familia… solemos excusarnos tras ellos para justificar nuestras decisiones. Pero debemos tener siempre presente que quienes manejamos nuestras propias vidas somos nosotros, y que somos los máximos responsables de lo que en ellas pueda acontecer.
Tomar una decisión es sinónimo de afrontar consecuencias, por lo que debes analizar con cuidado la situación antes de tomar un camino determinado. Lo ideal es hacerlo con la mayor seguridad y firmeza posible, preparándonos siempre para todo aquello que pueda presentarse en nuestro futuro.
A pesar de todo esto, lo cierto es que equivocarse es algo inevitable y natural, tarde o temprano todos cometemos errores. Cargar con las consecuencias, aunque sean negativas, siempre será más beneficioso que no arriesgarse a cumplir nuestras metas por miedo al fracaso.
Fuente Imagen por patriziasoliani