Sin embargo, estas emociones naturales pueden convertirse fácilmente en un problema en el momento en que permitimos que los pensamientos de los otros nos influyan de tal forma que limiten nuestro comportamiento. En ese caso, supondría una atadura que nos impediría hacer realidad nuestros planes y deseos.
Lo primero que debes hacer es identificar si tienes este problema. Algunas muestras de ello es no atreverte a vestir como te gustaría por miedo al qué dirán, modificar tus actividades para complacer a los demás o pedir siempre permiso para realizar cualquier movimiento. Entonces tiene lugar una preocupante pérdida de la identidad. Esta persona pasaría a convertirse en aquello que cree que la gente de su alrededor quiere que sea.
Este sentimiento se basa en la necesidad de aprobación por parte de los demás, algo que puede tener su origen en la infancia, si no ha sido fomentada suficientemente la autoconfianza del niño. Para superar esta inseguridad, lo primero que hay que tener claro es que jamás se consigue obtener la aprobación de todo el mundo; es imposible estar de acuerdo con todos ellos.
Pero no resultará un contratiempo si aprendes a valorar tu propia opinión y a ti mismo. Piensa que, aunque no sea la más extendida, no tiene por qué ser la equivocada; es más, en muchas ocasiones la opinión más extendida es la más errónea. No sientas vergüenza o temor a expresar tus pensamientos, tú también tienes derecho a exponer tus ideas.
Obtener esta actitud no es nada fácil, pues la obediencia y el sometimiento es algo que se nos ha inculcado desde niños. Sin embargo sí pueden practicarse pequeños ejercicios para conseguirlo, como repetirse a uno mismo lo mucho que valoras tus virtudes. También puedes comenzar a mostrar poco a poco tu desaprobación respecto a determinados temas, ignorando los gestos de intolerancia que puedas ver a tu alrededor. Además, deberás empezar a actuar de una forma más individual, por ejemplo comprando la ropa o los objetos de decoración de tu habitación a tu gusto, sin esperar la aprobación de nadie más que la tuya.
Al fin y al cabo, eres tú quien debe tomar las decisiones de tu propia vida, pues las consecuencias y resultados de las mismas recaerán especialmente sobre ti.
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