Se trata de un concepto muy ambiguo y subjetivo que nada entre el hecho de preocuparnos por nuestro bienestar y la total indiferencia hacia la situación de los demás. Y es que el problema surge en esta ambigüedad, en encontrar ese límite que marca la diferencia entre luchar por conseguir lo que queremos y atender exclusivamente a los deseos de las otras personas.
¿Soy egoísta o sólo defiendo mis intereses?
En numerosas ocasiones se confunde ser egoísta con la legítima defensa de nuestros intereses. A menudo se nos hace creer que perseguir nuestros objetivos es un comportamiento egoísta que deja de lado a los demás, pero la realidad es que debemos mirar por nosotros mismos, pues sólo así podremos alcanzar la felicidad y la libertad. El egoísmo tiene lugar cuando, para lograr esto, perjudicamos a las personas de nuestro alrededor.


Debemos anteponer nuestros intereses ante los de los demás, ya que nadie más lo hará, pero esto no quiere decir que no nos importen los otros. La gran diferencia entre alguien egoísta y alguien que no lo es, es que éste último ayudará siempre que pueda (y que este sacrificio no le perjudique) a las personas de su entorno, sin esperar nada a cambio.


Si quieres saber con certeza si eres egoísta, puedes averiguarlo precisamente a través de esas personas. Puedes preguntar a tu familia y amigos para comprobar si tu actitud es verdaderamente egoísta, pero eso sí, habla del tema tan sólo con los más íntimos. Sólo ellos podrán ser totalmente sinceros contigo.
También es conveniente que autoanalices tu personalidad, pensando en cómo es tu comportamiento, si tus actos suelen tener consecuencias negativas para otras personas y si acaparas toda la atención en tus asuntos. Puedes averiguarlo observando tus propias conversaciones, o bien escribiendo un diario, para poder observar tu vida desde una perspectiva distinta.
Lo que debes tener claro es que no se es egoísta por anteponer nuestro bienestar por encima de los demás, siempre y cuando te preocupes también por el suyo.