En todo caso se trata de una de nuestras emociones más importantes, pues a través de la misma tomamos decisiones claves para nuestra vida.
¿Por qué nos volvemos orgullosas?
Nuestro nivel de orgullo está determinado en gran parte por las experiencias vividas durante la infancia. En el caso de crecer con una familia o entorno social que no valora lo suficiente los logros del niño ni les brindan suficientes demostraciones de aprecio, éste desarrollará una preocupante humildad extrema o todo lo contrario, forjará un “falso orgullo” para tratar de sentirse mejor.
Sin embargo, si ese niño se rodea de una familia que aplaude sus méritos, obtendrá una autoestima sana y equilibrada.
El orgullo es un sentimiento inevitable e innato en el ser humano, aunque según las circunstancias que lo rodeen puede tener un carácter positivo o negativo
El orgullo desmedido es perjudicial
Sea como sea, lo cierto es que un orgullo desmedido puede tener consecuencias desastrosas para aquél que lo sufre y las personas de su alrededor.
Por ejemplo, muchas relaciones sentimentales y sociales se rompen a causa de que una de las personas o incluso las dos, no den nunca su brazo a torcer.
Por otra parte, este estado muchas veces nos impide pedir perdón por los errores cometidos, lo que nos aleja de los demás.
Superar el orgullo
Para lograr vencer esta situación, lo primero que se debe hacer es tomar una actitud de humildad. Está claro que nadie es perfecto, y esa es la filosofía que tenemos que aplicar sobre nosotros mismos.
Para ello tenemos que comenzar a aceptar las críticas constructivas, así como asumir los errores cometidos. Esto es algo fundamental, pues si no somos capaces de pedir perdón ni perdonar jamás podremos dejar de lado ese orgullo que nos hace tanto daño.
Para llevar a cabo este cambio en nuestra personalidad, necesitaremos fuerza y voluntad. No se puede aprender de la noche a la mañana, sino que deberemos esforzarnos cada día por aparcar nuestro orgullo excesivo y tratar de encontrar un equilibrio entre el orgullo y la humildad.
Ambos extremos son perjudiciales, pues de la misma forma que no debemos posicionarnos siempre por encima de los demás, tampoco podemos dejarnos pisotear por ellos.
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